Todo empezó una noche en la que dos tortolitos llenos de amor unieron sus corazones y al compás del chachachá tras nueve meses de trifulcas y jolgorios caracterizados por antojos y cambios de humor, la familia Sano creo una nueva vida.
Es bien sabido que desde mis inicios era un niño muy travieso y revoltoso, a parte de inteligente, me costaba mucho mostrar interés en clase y me dedicaba a dibujar las batallas mas espectaculares que imaginaba, en cuanto a creatividad no tenia rival. Defensor por antonomasia del más débil desde que uno de mis mejores amigos sufrió el temido bullying. Fui creciendo y cada año que pasaba mejoraba más como persona, sentía que rebosaba de energía y fuerza.
A los catorce años y con el primer ataque del conocido pavo de la adolescencia, se manifestó mi verdadero propósito en la vida. Estaba de excursión con la escuela, aprovechamos el buen tiempo para subir el pico de Despeñaperros, éramos veinte zagales sueltos por el campo y llenos de hormonas sin control. Pepito Corona estaba liando de las suyas, conocido como el popular de la clase, dividió el grupo en el tiempo libre pactado por los profesores y se desvió de la ruta, claro está, yo iba presente en esta travesura. Anduvimos sendero arriba, algunos de los compañeros se molestaban por la fauna local, la verdad que los mosquitos no cesaban en arremeter una y otra vez. Nos hemos perdido por lo que parece, Pepito Corona nos ha vuelto a meter en un buen lío. El caso es permanecer todos unidos y no separarse, pues el sol empezaba a ponerse. Los profesores nos hablaron de que todavía se habían avistado lobos en la zona, pero que a ojos de los humanos, estos permanecían en las sombras y esperaban al momento propicio para devorar a sus presas, como no iba a ocurrir, empezamos a contarnos historias que cada vez ponían más nerviosos a los integrantes.
De repente, silencio, atónitos ante la espectacularidad de la naturaleza y la tranquilidad total, escuchamos movimientos, a lo lejos un aullido. Estaban cerca, no sé el porqué, pero mis sentidos me transmitían peligro. En ese preciso momento solo pude reaccionar cogiendo un palo cualquiera del suelo arremetí con fuerza contra los agresores que hambrientos huyeron con el rabo entre las patas. Las miradas de espanto de los que pudieron presenciar tal acción, no representaban más que admiro y respeto, pues en aquel momento y en pocos segundos, salve las vidas de mis compañeros.
Volvimos al campamento con los profesores, estos refunfuñaron y llamaron a nuestros respectivos padres, los chicos prometieron guardar el secreto, el castigo que se nos vendría encima iba a ser muy bueno, me esperaba un verano confinado en casa.
Autor: Manuel Tamarit (Club: Viva gym Príncipe de Vergara)